La preparación final para la siembra de soja y maíz determina el ritmo y el éxito de la cosecha en el hemisferio sur
A medida que avanza el calendario agrícola en el hemisferio sur, los productores de soja y maíz intensifican los preparativos que determinarán el rendimiento de toda la cosecha.
La etapa final antes de la siembra abarca la corrección del suelo, la planificación de la fertilización, el ajuste de las sembradoras y la elección de cultivares.
Cada ajuste, por pequeño que sea, resulta determinante para garantizar una emergencia uniforme, vigor inicial y un aprovechamiento pleno de la ventana de siembra.
Más que una rutina técnica, esta preparación final para la siembra de soja y maíz refleja la capacidad de gestión del productor.
En ella se consolidan meses de planificación agronómica, combinando conocimiento del suelo, precisión mecánica e inteligencia operacional.
El resultado es un cultivo que expresa todo el potencial genético de la semilla y responde mejor a las variaciones del clima y del ambiente.
Planificación y manejo del suelo: la base de la cosecha
Un suelo equilibrado es el punto de partida para cualquier sistema productivo sostenible.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), tres de cada cuatro suelos de Latinoamérica y el Caribe presentan algún grado de degradación, lo que compromete la productividad y la eficiencia en el uso de fertilizantes.
Este panorama refuerza la importancia del manejo conservacionista, basado en la rotación de cultivos, la cobertura permanente y el mínimo laboreo, como práctica esencial para proteger y regenerar la fertilidad del suelo.
Argentina es un ejemplo destacado en la adopción de la siembra directa. Aunque datos recientes de la Red de Manejo de Plagas (REM) de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) indican que la adopción de la siembra directa en el país ha caído al 82%, Argentina llegó a alcanzar un pico histórico del 95% de sus campos utilizando esta técnica.
Este sistema es reconocido por su gran potencial en el secuestro de carbono, la mejora de la calidad del suelo y la obtención de una productividad sostenida.
En Paraguay, aproximadamente el 60% del área cultivada con granos también adopta la siembra directa.
Sin embargo, es importante entender que la simple adopción de la siembra directa no garantiza por sí sola la salud del suelo.
Prácticas complementarias, como la rotación de cultivos y el uso de plantas de cobertura, son esenciales para un sistema verdaderamente conservacionista, ya que promueven la biodiversidad, el control de malezas y la mejora de la estructura del suelo.
La Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe (CEPAL) señala que las prácticas de conservación de suelos combinadas con el uso de cultivares adaptados pueden aumentar el rendimiento de los cultivos entre un 8% y un 18%, especialmente en sistemas de secano dependientes de la humedad natural.
Entre las medidas prácticas, el análisis de suelo es indispensable. Este orienta la aplicación de cal agrícola, que corrige el pH hacia el rango ideal de 6,0 a 6,5, y la aplicación de yeso agrícola, que reduce la toxicidad por aluminio y mejora el perfil de enraizamiento.
Estos ajustes favorecen la absorción de fósforo y calcio y amplían el volumen de suelo explorado por las raíces.
Fertilización de base y eficiencia nutricional
La fertilización de base conecta el diagnóstico del suelo con la demanda fisiológica de las plantas. Es en este momento cuando el manejo químico se transforma en nutrición eficiente.
En el caso de la soja, el fósforo y el azufre impulsan la formación de raíces y la fijación biológica de nitrógeno.
Para el maíz, el equilibrio entre nitrógeno (N) y potasio (K) define el vigor vegetativo y el llenado de los granos.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el uso de fertilizantes de liberación controlada y el fraccionamiento de las dosis pueden reducir las pérdidas por lixiviación hasta en un 30%.
La adopción de sensores de dosis variable y mapas de fertilidad complementa esta estrategia, permitiendo aplicar nutrientes según la necesidad real de cada lote, una práctica que equilibra costos y sostenibilidad.
Consejo técnico: el momento de la fertilización de base debe coincidir con la ventana ideal de siembra, evitando que nutrientes móviles, como el nitrógeno, se pierdan por lluvias intensas antes de la emergencia.
Calibración de sembradoras y precisión de siembra
El vínculo entre la planificación y el campo es la calibración de las sembradoras, una etapa decisiva para uniformar la densidad de plantas y optimizar el uso de semillas.
La profundidad de deposición debe ajustarse entre 3 y 5 cm, según la humedad y la textura del suelo.
La velocidad de operación, por su parte, debe mantenerse por debajo de los 6 km/h para evitar fallas o dobles siembras.
De acuerdo con estudios de la FAO, los cultivos con una emergencia sin uniformidad pueden perder hasta un 8% de productividad, como resultado de plantas en diferentes etapas fenológicas que compiten por luz y nutrientes.
Los equipos con sensores de dosis variable y monitores de población de semillas reducen estos riesgos, ajustando la dosificación en tiempo real y garantizando siembras más precisas y rastreables.
Elección de cultivares y sincronización de operaciones
El rendimiento de un cultivo comienza con la elección de los cultivares. La preparación final para la siembra debe contemplar materiales adaptados a la región, al régimen de lluvias y al zonificación de riesgo climático.
En los países del hemisferio sur, como Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia, la zonificación agroclimática se utiliza para alinear el ciclo genético, la ventana de siembra y el riesgo climático, garantizando que la planta exprese su potencial en períodos de mayor estabilidad hídrica y térmica.
Un híbrido de maíz tolerante al complejo de achaparramientos o una variedad de soja con resistencia a la roya asiática solo expresan su potencial cuando la siembra ocurre dentro de la ventana ideal, con un suelo bien estructurado y una sembradora correctamente calibrada.
Estas decisiones, tomadas en conjunto, definen la uniformidad del cultivo, el vigor inicial y la estabilidad del rendimiento, especialmente en los sistemas de secano predominantes en el hemisferio sur.
Cuando cada decisión técnica marca la diferencia en el campo
El éxito de una cosecha comienza antes de la siembra. Cada decisión tomada en las semanas previas —desde el análisis del suelo hasta la elección del cultivar, desde la fertilización hasta el ajuste fino de la sembradora— moldea el potencial productivo que se expresará a lo largo del ciclo.
Los sistemas productivos que combinan planificación técnica, manejo conservacionista y sincronización operativa tienden a presentar cultivos más uniformes, resistentes y eficientes en el uso de recursos.
La agricultura moderna exige esta mirada integrada: un campo bien manejado no es resultado del azar, sino de la suma de conocimiento, precisión y sensibilidad al ambiente.
Invertir tiempo en la preparación final de la siembra es, por tanto, un acto de gestión de la cosecha: la diferencia entre reaccionar ante las condiciones del campo o anticiparse a ellas. Es en esta etapa donde el productor transforma planificación en productividad, garantizando el arranque vigoroso que define el ritmo y el éxito de toda la cosecha.
Sigue aprendiendo: mira en el Blog Jacto LATAM el artículo “Control integrado de malezas: estrategias esenciales en el pre y post-siembra” para profundizar en estrategias que aseguren emergencias uniformes y el máximo rendimiento en el campo.
